El arte de improvisar (Casablanca)

No se preocupe, esta noche podrá encontrarlo en Rick’s. Todo el mundo va a Rick’s – Le acaba de decir el inspector Renault al recién llegado mayor Strasser. La película acaba de comenzar, y una vez más eres consciente de que la verás entera. Algo mágico hay en su atmósfera, que te hace olvidar todo lo demás. El argumento nos ha sido presentado y los personajes también, pero aún no conocemos el lugar que los une a todos y que hace posible la historia. Cuando se abre la puerta del salón nos adentramos en un mundo nuevo, donde el tiempo permanece estancado y la gente disfruta, aunque tan solo sea por esa noche, de las posibilidades de un lugar donde absolutamente todo es posible.

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Nos sitúa la cinta en plena Segunda Guerra Mundial, durante la ocupación alemana en el protectorado francés de Casablanca. Es una época esquizofrénica donde todo lo inverosímil es susceptible de ocurrir, de hecho, cuando el realizador nos ofrece el barrido de presentación del famoso local, observamos hasta qué punto puede parecer lógico ver a un alemán y un francés bebiendo juntos, mientras un marroquí vende un collar robado y un checoslovaco se juega su futuro a la ruleta. Efectivamente, todo el mundo parece refugiarse en Rick’s. El tiempo no pasa en Casablanca y hay que esperar y esperar y a nadie se le ocurre un lugar mejor donde hacerlo ni un lugar mejor donde olvidar por un día la razón por la que huye.

Todo ese escenario de locos es regentado por un hombre tan seguro de sí mismo que infunde una fascinación casi divina en quien lo observa por primera vez. Esta película no sería la misma (estoy convencido) si el personaje de Rick lo hubiese interpretado otro actor (llegó a ofrecérsele a George Raft y a Ronald Reagan). Humphrey Bogart realiza aquí la que quizás sea su mejor interpretación, su personaje es el dueño de un prolífico café musical en la ciudad de Casablanca, donde como decía, todo es posible, siempre y cuando él lo ordene o lo permita. Aunque es americano, cuando le preguntan por su nacionalidad, afirma que es borracho y aunque en la actualidad intenta permanecer al margen de las vicisitudes políticas que le rodean, en otro tiempo tomó parte activa en muchos de los conflictos bélicos del siglo. Eso sí, siempre en el lado perdedor. Rick es un antihéroe huraño y altivo. Sirva de ejemplo la mítica secuencia en la que Ugarte (interpretado por el gran Peter Lorre) y él mantienen el siguiente diálogo: -Me desprecias, ¿verdad, Rick? – Si llegara a pensar en ti, probablemente sí. […] Tiene ese ademán chulesco que sólo tienen los realmente chulos. Su aire de superioridad no es forzado, sino completamente natural y por eso constituye una figura tan atractiva para el espectador. Es claramente imperfecto, incluso se podría decir de él que es un perdedor, pero no uno cualquiera, sino ese tipo de perdedor que en ocasiones prefiere la derrota antes que la victoria.

A un hombre así, los puntos débiles le hacen aún más grande y esto lo entendemos cuando por capricho del destino se le aparece un día en el bar su pasado hecho mujer. Es en ese momento cuando advertimos que Rick es humano, concepto que no sabría si aplicar a Ingrid Bergman cuando la miro interpretar a Ilsa. Un día escuché decir a José Luis Garci, que en esta película, la cara de la actriz sueca desprendía luz propia y estoy de acuerdo. Cuando ella entra en escena sería posible filmar sin focos. Es la belleza de la mujer de otra época que perdura en todas las épocas. La cámara permanece un segundo más enfocándola porque le cuesta separarse de ella. Una mujer capaz de desmoronarte por completo con un mínimo movimiento de pupilas y hacerte dudar de ti mismo aunque seas el mismísimo dueño del Rick’s Cafe Americain.a

fuente: lopezlinares.com

fuente: lopezlinares.com

Y así con cada personaje podríamos rellenar folios y más folios (no les hablo del Capitán Renault, mi favorito) pero no es mi intención realizar un análisis exhaustivo de esta joya, porque otros lo han hacho mucho mejor que yo y lo seguirán haciendo. Tan sólo, quería hacer un homenaje a la que es mi película favorita, la película favorita de muchos y, por extensión, un humilde homenaje al cine. Casablanca es el más puro ejemplo de que existe la magia en el cine, o mejor aún, de que el cine es magia. Una película con un rodaje tortuoso del cual la propia Ingrid Bergman llegó a decir que cada día de trabajo consistía en empezar de cero. Con cuatro guionistas distintos simultaneándose en el tiempo y aportando distintos matices a la historia, con un presupuesto irrisorio. Una película que, rodada en 1943, es completamente actual a día de hoy. De hecho pienso que cada día está más fresca y que si el tiempo no pasaba en Casablanca, tampoco pasa por esta película. Es el milagro de un guión prodigioso, repleto de frases míticas y escenas memorables (como aquella de la Marsellesa). El milagro de esas cosas que simplemente funcionan y nadie se explica por qué y es que a veces la mejor tortilla es la que haces con prisa. Un reparto prodigioso trabajando casi a ciegas, con un guión que no llegaba y un director desquiciado y sin recursos. Un sueño fabricado con retales. Un diamante labrado a martillazos. Una película que, como dijo el mítico Billy Wilder, siempre se ve por primera vez.

Si alguno de ustedes aún no ha visto Casablanca no caiga en el error de ruborizarse. Nada se me antoja más apetecible que descubrirla y si, por el contrario, ya la vieron, vuelvan a hacerlo y enamórense cada vez de un instante distinto. Déjense llevar. Siéntanse partícipes de la magia y descubran por qué, tanto en Rick’s, como en el cine, todo es posible.

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