Detrás del viento

     La Puta Sarmiento es un señor de ciento noventa centímetros, tiene el pelo moreno y desordenado si quien se lo mira es alguien que aún cree en el orden como algo estático. Tiene un corpachón robusto y desaprovechado, según se mire, porque cuando se observa a la gente que vive al otro lado del viento, hay que hacerlo con los ojos de un niño, como si no conociésemos la muerte o como si ya hubiésemos resucitado muchas veces. La tata Dolores, como también se hace llamar, tiene la cara cuarteada y una barba que no es barba ni es de un día ni de dos, pero que anuncia su estado de ánimo. Sus ojos son un interruptor, sólo saben estar encendidos o apagados y se me antoja que con ellos intenta engañarme, pero cuando uno se deja engañar, la verdad trasluce como la tinta china y es entonces cuando me lo imagino allá en el cuartito donde él duerme (si es que consigue dormir) preparando las frases imposibles con las que cada mañana siembra las aceras como si sus palabras fuesen minas que, al explotar a los transeúntes delante de los ojos, los sacasen durante dos segundos y medio de sus vergonzantes rutinas, de sus problemas que, a veces lo son y otras; no tanto. “¡Yo soy fea… sí, pero las hay peores!” “¡Hoy café cappuccino!” “¡Otra vieja más… que pase algo mejor!” “¡¿Ha venido el de los ajos?!”… benditos exabruptos e incoherencias que él suelta al aire con una mezcla imposible de autoridad y ternura y con la eficiencia de un funcionario de pueblo. A veces está y a veces no, pero siempre tiene trabajo al día siguiente.

   Decir que la Puta Sarmiento está loco es tan fácil como decir que la vida, a veces, es injusta, sin preocuparnos por pensar si nosotros hemos sido justos con la vida. Decir que está loco hace más cómodo el camino que lleva desde la parada del autobús hasta nuestra oficina. Él mismo y su psiquiatra piensan que está loco pero los dos disimulan, porque en un mundo de presuntos cuerdos, los locos tienen que asumir su papel, pero ¿qué más da quién, cómo y cuándo? si todo es mentira, si cuando uno está sano es lo que la gente quiere que sea, cuando estamos enfermos somos personas bajo sospecha y cuando estamos muertos, tan sólo, pasado.

  Existe un mundo de seres que son como nosotros, pero están muy lejos de asemejársenos y aunque, en ocasiones, logramos verlos, se nos aparecen como difuminados y protegidos tras una ráfaga de viento que no consigue ocultarlos pero los abraza, los acaricia y levanta las hojas muertas de sus rostros y a su vez, nos permite advertir que ellos son lo que vemos y lo que no, son la vida que llevaron o que les hicieron llevar. La vida truncada desde el origen o interrumpida en mitad de la función. Por eso, cuando salta el levante o allá lejos de aquí, el siroco comienza a dibujar sobre el empedrado pequeños remolinos de arena, yo me acuerdo de todos ellos, de todos esos seres malditos a los que ningún dios abandonó jamás. Almas hechas y deshechas como una pajarita de papel, tan bonita como frágil. Una pajarita que alguien posó en el suelo y que el viento exiliará de donde la ubicaron dejando una baldosa vacía, que es la extensión de terreno que despuebla alguien que no existe al dejarnos para siempre.

EPÍLOGO

   Una tarde cualquiera, sin importar el lugar ni el momento, logré mirar a los ojos a La Puta Sarmiento y decirle sin hablar que lo comprendía. Fue un pequeño milagro o quizás un guiño que él me hizo. Quizás supo reconocer mi valor por atreverme a cruzar al otro lado, pero el caso es que conseguimos hablar durante un minuto como si él no estuviese loco ni yo estuviese cuerdo. Me contó donde dormía y en qué había malgastado el día, me confesó que estaba solo y que la Navidad no le gustaba. En ese momento dejó de soplar el viento, las copas de los árboles dejaron de agitarse y yo sentí un estremecimiento seco y frío. Vi algo que no sabría explicar o quizás sí. Noviembre agonizaba y a mí tampoco me gusta la Navidad.

 

fuente: figurasdepapel.esy.es fuente: figurasdepapel.esy.es
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